Susana tenía menos de 24 horas antes del plazo fatal. Su cabeza estaba sumergida en una nube de ideas resbalosas y livianas, mientras continuaba su picoteo por el manuscrito de 200 páginas, y su mano libre intentaba bucear un documento útil de la montaña de material desperdigado sobre la mesa. Llevaba una semana trabajando días de dieciséis horas, y estaba perdiendo la esperanza de terminar alguna vez el proyecto. La esperanza de terminarlo a tiempo la había perdido días antes. Ella creía que su desempeño seguía alto. Jaime la estudiaba concentrado desde el sofá, la mirada de amor, a ratos preocupada. Él pensó: “Amo a este zombi”.